miércoles, 30 de junio de 2010

Comentario a Ursúa de William Ospina

"Ni siquiera él, a pesar de sus títulos y de su experiencia en los estrados, podía conocer la mecánica de la justicia en estas tierras distantes. Convencido de que su autoridad no tendría más límites que la ley, le costaba concebir que alguno de los varones que venía a juzgar fuera más poderoso que él mismo. Pero por encima de los buitres vuelan los alcotanes y arriba, sobre ellos, giran las grandes águilas. Tarde entendería las insinuaciones que le hicieron en la corte, tarde comprendió que los jueces también se ven forzados no verlo todo, a considerar al abrigo de qué títulos poderosos y al amparo de qué escudos se adelantan aquí ciertas rapiñas. Los aventureros casuales no pueden negar su tributo a unos linajes largamente arraigados, y nadie sabe todo lo que se mueve alrededor de un trono."
En este pasaje me parece que se expone la mentalidad de la conquista. Una mentalidad que todavía pervive en nuestra política. En primer lugar, sólo basta recordar cuantas veces el gobierno central, en este país, tacha de irregular algunas de las decisiones de los jueces. Para la mentalidad conquistadora, la solución pragmática de los asuntos políticos, económicos y sociales se hace con la espada, es decir, con la fuerza. No se escucha hablar mal en esa mentalidad de las fuerza militares. Ni una mínima crítica con los excesos y arrogancias de sus actuaciones. Se responde, eso siempre fue así, y así lo seguirá siendo. Sin embargo, a esa mentalidad conquistadora se le opone otra más profunda y fundamental. Aquella que sale del tintero y de las cortes. Esa mentalidad trata de racionalizar los recursos del estado y hacer entrar a todos bajo el mismo orden legal. Pero las cortes no tienen una independencia absoluta del poder, mientras no demuestren su destreza en resolver los asuntos del dinero. Esa mentalidad no genera riqueza de por sí. Ahora bien, el empresario, criado entre la hez de la sociedad y por ello, conocedor de la justicia irracional e implacable del instante, reclama para si la justicia con base en sus triunfos y sus galardones, constituyéndose en un poder al margen de todos los poderes. Su mirada calculadora, sus ansias de gloria y honor, ven al togado como su antagonista, como el tinterillo que embauca las mentes con su retórica y su razón. En conclusión, ni el conquistador, ni el togado pueden aspirar al vuelo de las águilas, a las cuales sirven y no se dejan dominar ni por el uno ni por el otro. En el siglo XVI, esa águila era el trono, hoy, por el contrario, ya no existe.

1 comentario:

docenciasolidaria dijo...

Si entiendo bien cuando habla del trono ¿alude a que serìa deseable volver a tener una monarquìa? ¿No puede la justicia estar entre todos los hombres, sino sòlo en jerarcas?
Gracias por ocuparse del mundo de las ideas y perdone por favor si son inoportunas estas ocurrencias.